En mi perfil personal de facebook puse hoy la foto de Víctor Hugo Morales.
Es una decisión fuerte, dentro de la fuerza que tienen las decisiones en facebook.
Cada uno hace con su vida lo que puede. O lo que quiere. El verbo poder es muy grande. Gigante. Enorme. A veces inabarcable. El querer depende muchas veces del poder. El poder de doble condición del que habla Holloway.
Muchas veces estamos comprimidos en un espacio pequeño, apretujados en nuestra propia nada, en nuestras propias pequeñeces. Pero a veces ocupamos espacios más grandes de lo que nos dan los brazos. Nos sucede con nuestra familia, con nuestras profesiones o con nuestros gustos. En ambos casos pasamos momentos agradables, difíciles, mejores y peores. Sucede que ya no somos nosotros, aún cuando seamos nosotros. Somos nosotros, día a día, cara a cara con el espejo y somos nosotros en el espejo que significa la mirada de los otros. Esa mirada es la que no podemos abarcar. No todo el mundo nos quiere, somos amados u odiados, y también sucede que muchas veces nos queremos y otras nos odiamos.
A esta altura te preguntarás qué tiene que ver esta perorata con Víctor Hugo. Veamos...
En casi 20 de mis 49 años de vida fui comprobando crecientemente el peso que nuestros actos tienen en los demás. Desde los años de mi primer programa de radio en el 93, en el que mis compañeros de aquel entonces se asombraban de algunas de las cosas que hacíamos y con mi amigo Daniel nos preguntábamos "¿Será para tanto?"
Luego, a partir del 94 empecé mi carrera docente. Allí la trascendencia y externalidad de mis actos se disparó y empezó a generar un rebote exponencial. Cada uno de mis actos en la calle eran recreados por mis alumnxs, con comentarios siempre subrayados con el "Eh, profe, lo ví el otro día comiéndose un pancho frente a la estación", "Lo ví el otro día en el supermercado", etc. En algún momento se generan momentos de pequeñas vanidades como cuando todo un grupo de egresados corea tu nombre, o cuando una promoción te regala su bandera en reconocimiento por lo hecho por ellos.
A medida que crecemos en nuestra exposición pública, se nos presentan otros desafíos. Y a veces tenemos contacto con gente
grossa, de la que queremos, admiramos y apreciamos. Otras veces construimos relaciones fantásticas. Y también nos encontramos con gente desagradable, o con adláteres de esos fulanos repugnantes. Nos pasa.
Ahora, luego de muchos años, he vuelto a mi pasión de la infancia, la radio, jugando a que soy un conductor avezado, un bastonero y maestro de ceremonias del aire,
Esa pasión la fui despuntando en años previos conduciendo actos escolares, jornadas, algún congreso de educación, etc. Y en ese recorrido me he podido encontrar en lugares y con compañías que no hubiera imaginado ni esperado encontrar. Agradables y no tanto.
Esta contemplación de hechos que me rodean siempre me hizo pensar en qué pasaría con los que son célebres de verdad, aquellos que salen a la calle y se encuentran con decenas y decenas de personas que les brindan su afecto o su reprobación.
Y no debe ser fácil.
Cuando esos espacios públicos son relativamente reducidos, nos pasa que, si nos volvemos trascendentes en lo nuestro empieza a aparecer gente con cierto grado de decisión que nos rodea, o se nos acerca.
Eso es lo que debe haber pasado con Víctor Hugo y los militares del Batallón Florida en Uruguay.
Y digo "debe haber" y no "pasó" porque no tengo las pruebas del caso, no conozco personalmente al sujeto de la cuestión (VHM) y entonces no debe uno afirmar sin respaldo de pruebas.
Quienes arman esta diatriba contra Víctor Hugo no son militantes revolucionarios, ni defensores inclaudicables de los Derechos Humanos, ni luchadores por la libertad y la democracia, ni contra la rerpresión institucional.
No se trata de personas particularmente preocupadas por lo que pasa con los barones del conurbano, o con el gatillo fácil, o con la connivencia entre las barras bravas, la policía y los punteros políticos, cuestiones que sólo les interesan cuando quieren pegarle al gobierno, y siempre y cuando haya involucrado en el problema alguien que salió en una foto a un palmo de distancia de la presidenta o de algún funcionario de renombre.
Quiénes arman esta diatriba son un cómplice manifiesto de la dictadura argentina (el Sr. Fontevecchia, recordá los editoriales de la revista La Semana, antecesora de Noticias, la que publica la nota de marras) y Jorge Lanata, quien fuera tal vez el periodista más creativo de los años 80 y 90 (y parte de los 2000 también) quién se pasó, con armas y bagaje, a defender y formar parte del más asqueroso grupo mediático de la Argentina.
¿Me preguntás si me volví K? No, de ninguna manera. No me gusta este gobierno. No me gusta que sostenga y se apoye en personajes detestables, que pretenda hacer "justicia social" ajustando a los trabajadores en blanco, que diga que no reprime a la misma vez que "terceriza" la represión en las policías provinciales o en las patotas sindicales.
Sí le creo a Víctor Hugo. No estoy de acuerdo con él, pero le creo. Respeto lo que piensa. Cree que la Ley de Medios traerá nuevas voces, y cómo por primera vez un gobierno ha intentado terminar con el monopolio de Clarín, amén de otras medidas, él cree en eso y se la juega. Y eso se lo respeto. Como te lo respeto a vos, cuando lo creés de onda.
Lo que no sabe Víctor Hugo, es que esos cambios no se han dado en todos lados. O que son insuficientes. Sería bueno saber cuáles son las "nuevas voces" en muchos lugares del conurbano, o en algunas provincias. Lugares en los que no se habla de política en los medios, por miedo a ya sabés quién.
Entre Víctor Hugo y Lanata, hasta nuevo aviso, estoy con Víctor Hugo. Porque además lo juzgo más genuino, más digno, más íntegro.
Tengo más para decir, cómo siempre, pero ya habrá tiempo.
Tengo que ir a trabajar.
Abrazo